A menudo se piensa que al crecer se pierde el pensamiento de la infancia y solo conservamos al niño en pequeños gustos y recuerdos. Muchos creen que, ahora de adultos, ir a Disney es emocionante porque recordamos aquellos personajes que tanto anhelábamos ser y aquellas películas que no dejábamos de ver. Sin embargo, el niño que fuimos nunca se fue. Nuestro cuerpo cambió, pero el niño sigue en nuestra mente. El famoso término “niño interior”, el cual se refiere a esa parte de nosotros que guarda nuestras primeras experiencias, emociones y sueños. Este niño interior influye en cómo nos sentimos en el presente y en cómo reaccionamos ante el mundo.
En Disney, no es que volvamos a ser niños; más bien, este parque es un espacio donde ese niño tiene permitido expresarse nuevamente. Es un lugar donde las reglas de la adultez se suspenden momentáneamente y podemos dejar que la magia y la fantasía nos envuelvan sin inhibiciones. Al caminar por sus calles y disfrutar de sus atracciones, nos permitimos sentir la alegría y el asombro puro de la infancia.
La experiencia de Disney nos recuerda que la capacidad de maravillarnos y de soñar nunca desaparece, simplemente se adormece con las responsabilidades diarias. En Disney, ese niño interior encuentra un lugar donde puede correr libre, reír sin preocupaciones y soñar sin límites.
Por lo que, no es que nos volvamos niños de nuevo en Disney, sino que nos reencontramos con una parte esencial de nosotros mismos que siempre ha estado allí. Es un recordatorio de que, sin importar la edad que tengamos, siempre hay espacio para la magia, la alegría y la aventura en nuestras vidas.